No le quedó un solo camarón, ni un filé de anchoa en la bandeja de carnadas a Raúl Pertosa, de la Cueva del Pescador, en Villa Gesell, ciudad que ayer ofreció una postal diferente a lo largo de sus playas, confirmando una tendencia: año a año crece el número de pescadores deportivos y también, el volumen del mercado de la llamada "industria del aire libre". El balneario fue sede de la tercera Fiesta del Pescador Deportivo, organizada por la Asociación de Industriales y Comerciantes de Artículos para Caza y Pesca (AICACYP). Para el concurso, que duró cuatro horas, se alistaron a lo largo de una franja de arena de tres kilómetros, del muelle gesellino hacia el norte, cerca de 2.500 cañas. Guillermo Muttoni, director ejecutivo de la asociación, mostraba orgulloso la imagen grabada en su cámara digital con el pescador inscripto con el número 2454, lo que representa cerca de mil inscriptos más que en 2008. El concurso se desarrolló con sol pleno y una más que refrescante brisa que mantuvo la temperatura al borde de los 20 grados. Llegaron pescadores de distintos puntos de la Provincia de Buenos Aires y dos ómnibus con pasajes agotados desde Gualeguaychú, Entre Ríos. "Hubo muchos concursantes, pero también familias que vienen a pasar el día a la playa y prueban suerte", explicó Muttoni. La inscripción consistió en un alimento no perecedero -fueron donados a la Casa del Niño de Villa Gesell-, pero no por eso faltaron los premios. Se repartieron 50 mil pesos en artículos de pesca y el primero -un cuatriciclo- fue para Mabel Ojea, una "concursera" de Otamendi; pescó un pez elefante de 87 centímetros. "Con mi marido nos recorremos la región de torneo en torneo, pero nunca habíamos sacado nada", decía. No fue un día de mucho pique y muchas de las piezas volvieron al mar. Es que para preservar el recurso, hay una regla estricta: devolver los peces que no alcanzan los 30 centímetros de largo.
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